La mayoría de los padres nos impacientamos cuando un hijo no sigue instrucciones o no acata las normas de la familia. El reto no es lograr que obedezcan, pasando por encima de ellos, sino lograr que comprendan la importancia de los límites y de nuestro rol como papás.

Te contamos tres cosas que enseñas, más allá de cada norma que impones en tu familia, para que logres mantener claros los límites sin necesidad de irrespetar a los niños.

Enseñar a resolver

Piensa que la manera como tú resuelves cada conflicto familiar, es la manera como tus hijos creerán que se deben resolver las situaciones retadoras del futuro. Si pierdes el control al momento de establecer normas, y gritas o amenazas como solución a la resistencia a la norma, no te extrañes cuando tu hijo amenace a sus amigos a la hora de jugar.

El límite no cambia

Como adulto, tu misión es fijar límites que le enseñen a tu hijo a convivir en sociedad. No es necesario flexibilizar los límites cuando tu hijo se resiste a cumplirlos, pero tampoco es necesario humillarlo a cambio de que los cumpla. Decir no es constructivo, pero gritar cada que dices no, puede dejar huellas irreparables en la autoestima de tu hijo.

Conectar al ser humano, antes que corregir las conductas

Si desde la empatía, logramos reconocer y validar lo que un niño siente ante las normas, podremos validar su emoción y explicarle que, como papás, consideramos que esas normas son necesarias y nuestra misión es hacerlas cumplir. Si papá y niño primero se conectan desde el amor, ambos podrán entender su papel en la relación y fluir con mayor facilidad.

Pregunta antes del grito

¿Le gritarías a un compañero de trabajo que recoja el desorden de su escritorio? ¿Mandarías a tu jefe para un rincón a pensar mirando la pared? Muchas de las estrategias que usamos los padres para imponer normas, son humillantes e incluso violentas. Muchos vivimos asuntos similares en la infancia, muchos lo aprendimos viendo a nuestros padres, pero es posible parar y preguntarnos si lo que tenemos en mente, se lo haríamos a un par.

Es posible educar sin gritar ni castigar, manteniendo límites y consecuencias, entrenando la paciencia y la claridad de que nosotros somos el adulto a cargo de la situación.